domingo, 2 de diciembre de 2007

El viejo y querido alardeador

Hace esacasos dos días fuí a una fiesta en la que todos los invitados eran parte de una empresa, había vendedores, gerentes, clientes y diferentes cargos que no vienen al caso.
Y por esa manía que suelo tener en los lugares públicos, me abstreje del lugar y, como si no estuviera, sólo me dediqué a escuchar a los demás y analizar los sentidos y objetivos de sus frases, las actitudes y las formas de actuar frente a los demás.
El ser humano, especialmente cuando habla de dinero, se transforma en algo muy raro, mezcla de alarde, necesidad de ser el centro y esperanza de que los demás crean todo lo que está diciendo.
Parece como si, en este tipo de reuniones, nadie estuviera dispuesto a mostrar que se equivocó, tuvo un traspie, o que a veces las cosas no son fáciles. Todos son tan buenos en sus empresas que hasta, se supone, que deberían ser accionistas de las mejores compañías y practicamente ser una especie de Dios de los negocios.
Por qué la gente hace ese tipo de alardes innecesarios? Por qué se sienten felices de comentar algo que no es cierto? Cuándo se van a dormir no se dan pena, no se sienten vacios? Porque lo peor de todo es que le quitan lugar a las cosas reales de su vida para idear que mentira van a contar en este tipo de encuentros.
No sé, quizás a nadie le importe, pero es para pensar en cuánto tiempo empleamos en ser algo para nosotros y cuánto en ser algo para los demás.

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