Cortame las puntas

Luego de varios meses de tener a mal traer mi pelo, especialmente mi flequillo, decidí llamar a mi peluquero de confianza y entregarle mi marote para que me corte las puntas y me arregle el flequillo que rogaba por manos profesionales que se hicieran cargo de él.
Hasta aquí todo fantástico sino fuera por el hecho de que recordé, apenas salí del peluquero, por qué no voy al mismo. Mi pelo era algo de no creer!
Para empezar el concepto de "cortame las puntas, lo menos que puedas" evidentemente en el mundo de los profesionales del peinado es muy diferente al del resto de los mortales, porque sentada en la silla con esa mantita encima ves con impotencia los mechones laaargos que te miran como diciendo "me parece que el chabón este no te entendió".
Y si, no me entendió, eso es más que obvio, pero el segundo drama llega cuando es el turno del flequillo, porque una se mata explicando qué quiere que le hagan para que en dos tijeretazos quedes como Amelie en rehabilitación.
Ahí es donde vuelvo a recordar que yo tengo que ocuparme del flequillo para evitar dramas mayores, y lo peor es que no puedo prescindir del flequillo porque no es que tenga frente grande, sino que el pelo me empieza muy atrás.
Mirándome al espejo sin entender esa catástrofe estética, recuerdo la época en que no era consciente de mi frente y andaba por la vida con ese frontón que cualquier tenista aprovecharía para jugar a la paleta, y sin pensar en que cada vez que voy al peluquero pierdo plata, me arrepiento y me paso dos días tironeando del pelo para que se acomode un poco más dignamente.