La fiebre del flash

Hoy me fui a recorrer el Cerro Tronador, lugar que afortunadamente conocí porque al verlo me quedé sin aliento y atónita frente a la belleza de dicho cerro y a los colores que regala el camino que, en pleno otoño, va desde las verdes, naranjas, amarillos y rojos.
Como a cada lugar que voy llevo mi cámara, trato de retratar algo de todo lo que veo y, ahora que estoy pasando las fotos, me puse a pensar por qué sacamos fotos.
Una vez en terapia expliqué que sacaba fotos porque lograba el equilibrio perfecto entre ser parte de una escena, hasta el hecho de elegirla, pero sin la necesidad de ser la protagonista.
Pero hoy cuando veía la centena de fotos que saqué pensaba por qué tantas fotos, qué quiero lograr, qué buscamos todos cuando sacamos fotos de lo que sea.
No me refiero al auge de gente que se dedica a la fotografía o a aquellos que trabajan de eso. Me lo pregunto desde el punto de vista de alguien que encuentra en sacar fotos un lugar para expresar y compartir. Creo que eso es lo que busco cuando saco fotos, compartir con otros algo, un sentimiento, una experiencia, un estado de ánimo.
Y en los viajes pasa algo particular porque sin darnos cuenta tratamos de prestar nuestros ojos, con los que elegimos que mostrar, a aquellos que no estuvieron allí. Es un acto de generosidad, por lo menos así lo veo yo, porque cuando saco fotos espero poder transmitir mis sensaciones y llevar al otro conmigo.