No tienen vergüenza

Hoy estaba pensando en aquellas situaciones en las que sentimos vergüenza de nosotros mismos y de los demás.
Uno de los momentos que de ninguna manera podemos dejar de lado es la infancia. Un poco víctimas del gusto de nuestros padres y un poco inconcientes sin capacidad de discernir que pega y que no, nos poníamos ropa difícil, no nos peinabamos y hacíamos todo aquello que hoy vemos en los más chicos y descubrimos una violencia indiscriminada.
Luego, con la llegada de la adolescencia, ya ni siquiera podíamos culpar a nuestros padres, y los actos vergonzosos arrancaban desde que nos despertabamos hasta la hora de dormir. Enojo constante, crisis estética irreversible, falta de adaptación crónica. Y encima de todo esto, como uno no sabía como relacionarse con el sexo opuesto, utilizaba la peor técnica, a saber, el grito al chico deseado, la falta de coordinación y la falta de estilo frente a los demás, eran el pasaje sin escalas a la ausencia de un pretendiente.
Ahora, de más grandulones, la vergüenza ya pasa por otro lado, quizás por no saber que decir, no parecer inteligentes frente a alguien o por ver a alguién haciendo algo innecesariamente vergonzoso.
Como que nuestra sensación de vergüenza se modificó, dejamos de lado el griterío adolescente, más o menos encontramos un estilo propio para vestir y para actuar, no dependemos de los gustos paternos, cosa que no es menor, porque sumando todas esas trivialidades vamos armando nuestro propio ser, que si bien para alguno que otro es vergonzoso, ya no nos interesa, datelle no menor, por cierto.