Era una mañana de esas normales, enlas que los autos siguen su camino sin llamar la atención, sólo algún que otro bocinazo hace que alguna mirada se levante del piso, pero nada más.
A pesar de esa quietud habitual, algo iba a hacer que mi mirada se levantara, una presencia inesperada a centímetros de mi. No tenía que estar ahí, en realidad ninguno de los dos estaba en el lugar y en el momento que debíamos estar para aquellas horas. Pero el hecho era que allí estabamos y lo desconcertante no era la casualidad, sino que hacer con ella, si tomarla como tal o aprovecharla como un regalo.
Ël, inmutable, sin siquiera reconocerme,sin notar mi mirada punzante. Yo petrificada, mi´rándolo, recorriendo cada milímetro de su espalda, su pelo, lo poco de piel que asomaba por debajo de su abrigo.
Era imposible que me viera, estaba esperando el colectivo a cinco pasos de mi pero no se daba vuelta. Claro, no le hacía falta, no le interesaba nada más. Además, si me hubiera visto, nunca me enteraría, cada vez que parecía que él se iba a dar vuelta yo utilizaba cualquier elemento del paisaje para mirarlo fijamente.
Llega el colectivo, mientras escucho música, una de esas canciones propicias para desarrollar uno de mis pequeños films imaginarios en los que parece que todos actuan pero en los que en realidad nadie pone atención más que yo.
Una vez que estamos en el colectivo otra vez empieza la espectativa de lo inexistente, de lo probable y de lo fantástico. Me acerco, me alejo, me escondo, me pierdo.
Lo miro, me mira. El contacto está hecho. Como de la nada sale una sonrisa amplia, brillante, fulminante. Sabía que yo ya lo conocía, nos reconocimos. Preguntas de cortesía, simpatía pura, belleza por donde se lo mire. La falta de detalles comprometidos hace que las personas sean completamente bellas y espectaculares con sólo decir hola.
No podía hablar mucho, no quería arruinar el atrevimiento de acercarnos. Respondía de forma obediente a todas sus preguntas. Ese coqueteo ya era totalmente evidente, hasta el conductor podía darse cuenta.
Todo eran coincidencias, música, gustos de helado, películas, libros. El viaje debería ser interminable, por primera vez, deseaba nunca bajarme de esa especie de nube con ruedas que otras veces había odiado.
Maravillados nos mirabamos, era indisimulable que los dos habíamos estado esperando este encuentro desde el primer día que nos cruzamos por la calle a la salida de nuestros trabajos. Y si, después de tanto esperar, un día como hoy, sin querer nos encontramos y el resto fué tan sencillo que parecía mentira, o era mentira.
De repente un bocinazo ensordecedor, me hizo levantar la mirada, no estaba en el lugar donde deseaba estar o donde creía estar. Qué había pasado con la nube con ruedas, el coqueteo, la amplia sonrisa.
Vuelvo a levantar la mirada. Él no estaba ahí. Yo seguía en donde arrancó la historia, la música seguía corriendo pero el tiempo se había frenado. Mi mente volvió a la realidad, al viaje opáco y a la espera abandonada por un rato.
Qué era realidad o ficción de toda esta historia? A dónde me fuí?
Esto lo escribí el otro día, pensando en la cantidad de historias que creamos con la imaginación, muchas de ellas disparadas por un hecho irrelevante o que nosotros mismos organizamos y en el que incluímos al otro, sin que tan siquiera el otro haya sido informado.
3 comentarios:
ufff..yo hago eso todo el tiempo! conmigo como protagonista o no...(la mayoria de las veces!)
ya acepte q es inevitable que mi cerebro vuele e invente historias constantemente
a mi me pasa todo el tiempo!! jajja creo q las tres tenemos problemitas o no maduramos!! jajaj
dsd q tengo uso d razon q lo hago!
Que Bueno Romi!! Tu historia es re atrapante!! Desde que empece a leerlo pense que era realidad, que sería de la vida sin las fantasías??? Muy aburrido no? Si no pudieramos hacer esto no hubiera existido un Borges, un Cortazar, etc. Asi que a fantasear se ha dicho!!!! De aca hasta el nobel no paramos.
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