Una vez por mes viajo hasta Villa Urquiza para hacer un curso. Y cada uno de los sábados que voy algo le pasa al tren.
El subte va bien. La llegada a la estación de tren va bien. Pero a las dos o tres estaciones siempre me pasa que el aire comienza a tornarse oscuro.
El olor a goma quemada, aceite hirviendo, metal sacando chispas. Ese es el panorama con el que me encuentro y que se transforman en presagio de que el viaje de regreso va a ser más largo que lo normal.
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