Cada vez que se corta la luz me planteo lo mismo: Cómo hacía la gente cuando no tenían energía eléctrica?
Y en seguida llegan a mi los cuestionamientos de por qué no puedo imaginar la vida sin luz artificial, si sé que puedo, es más, disfruto de cosas que no requieren de dicho suministro para existir.
Cenar sin tele, leer con poca luz, charlar con alguien sólo con una vela o tirarse en la cama a pensar en nada son opciones atractivas pero, como buena humana que soy, apenas me quedo sin luz quiero hacer todo aquello que no puedo. De golpe quiero ver algo en la tele, escuchar música a todo lo que da, subir al lavadero a buscar una remerita recién lavada, mandar ese mail que no mandé a la tarde porque dije "naa, lo mando a la noche", en fin, todas las actividades posibles que requieren electricidad vienen a mi cabeza.
Después de ese síndrome de ansiedad llega el momento de la calma, de introspección en él que me digo a mi misma "bueno Licenciada, no hay luz, convivamos con este ambiente hostil lo mejor que podamos". Ahí hago un máte, un té, algo, me siento, si hay alguien charlo, si estoy sola pienso y entiendo que tonta que soy pensando en que este tiempo sin luz es como un tiempo muerto. La última vez que se cortó la luz, y luego de la puteada correspondiente, pensé que ese era un momento para frenar, un poco por obligación, y entregarme aunque más no sea por un rato a ser otra yo, como un viaje el pasado, como un intercambio de personalidad o, simplemente, un freno de prepo para descansar de mi misma y de la velocidad.
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