De cómo la Navidad va cambiando

Soy de esas personas que aman la navidad, me gusta juntarme con los poquitos que somos, aunque envidio un poco a los que festejan masivamente y a los gritos, adoro comer y esta fecha es la excusa perfecta para entrarle a todo lo que cocinan mis abuelas, una especie de "soltada de cadena alimentaria", me gusta saber que al lado de mi casa mis vecinos salen al jardín a bailar, me gusta que me digan felicidades cuando voy a comprar algo y, por supuesto, me copan mucho los regalos.
Además la navidad es el primer paso para una seguidilla de festejos, a saber, mi cumple, fin de año, y la idea de que arrancan las vacaciones aunque sigamos trabajando como todos los días.
Pero, evidentemente, hay cosas que a medida que somos más grandes se van quedando en el camino, así como también nos vamos haciendo más conscientes de que no todo es de color verde, rojo y blanco.
Que hay gente que no la pasa tan bien, que extrañamos a algunos que ya no están y, otros menos profundos, como que los cohetes son lo peor que nos puede pasar, que el calor nos afecta más, que al comer algo engordativo a los minutos estamos pensando que no lo tendríamos que haber comido. Pero hay algo que extraño particularmente mucho, es ir después de las 00 hs. a la casa de mi amiga Anita a compartir los regalos (como esos increíbles "woki-toki") y debatir sin llegar a los puños quién había visto primero a Papá Noel.
Si eso extraño, entre otras cosas, familiares, amigos y momentos.

Nota de la autora para Papá Noel: Manejame el tema de los fuegos artificiales muy ruidosos porque sino va a haber rosca. No es joda!