Arranco directamente con la pregunta que vengo pensando hace unos días: ¿Qué hacemos con el optimismo? Lo pregunto porque realmente no sé qué hacer con él. No sé si ser partidaria y firme defensora o si ser enemiga a ultranza y reírme en la cara de aquellos que se entregan a ser los que miran el vaso medio lleno aún cuando ya les están entregando los chalecos salvavidas en un naufragio.
Justo se dio la oportunidad de pensar este gran tema, por lo menos para mí, porque me he encontrado con diversos personajes que me dieron sus posturas sobre ser un optimista, y, perdón por el lenguaje, pero no hablo del "boludo alegre" que ve todo lindo y simpático, sino que me refiero a aquel que puede rescatar lo positivo hasta de aquellos hechos que aún no ocurrieron.
En twitter leí a Kevin Johansen quien dejó una frase de Murphy que decía que "un pesimista es un optimista con experiencia". Esto me dejó pensando en que muchos optimistas deben haberse visto abandonados a su suerte y perdidos porque todos sus esfuerzos por creer, mirar para adelante y pensar en positivo se les cayeron al piso tan sólo por la espera de algo que nunca llegó.
También puede pensarse desde otro lado porque en algún punto creo que los optimistas viven mejor o por lo menos transitan con menos peso lo que para otros como yo, pesimistas de la primera hora, tenemos que soportar y transitar.
Para un pesimista que se precie de tal no hay nada como perfeccionar su técnica diciendo que no se anima a ser optimista porque prefiere pensar que las cosas pueden salir mal, y si por esas casualidades las cosas salen bien encontrarse con la sorpresa y no pensar en el tiempo perdido.
Podemos decir que los optimistas deberían jubilarse de tal tarea insufrible y cansadora, ya que amargarse para después ponerse contento por haberse amargado sin sentido es mucho más valorable que ser feliz y positivo de una!
Será que nos da miedo ser optimistas y tener razón?