Siempre, desde que Ruqui es Ruqui, que soy llorona. Me emociono con una facilidad digna de los años dorados de las novelas de Migré y para que noten lo que es convivir con mis lagrimales les voy a contar una anécdota de mi viaje de egresados de 5to. año a Bariloche.
Corría el segundo día de mi viaje y nos llevaron a las 16 hs. a un boliche que estaba repleto de otros estudiantes de la empresa con la que viajamos.
De repente las luces del lugar se dirigieron al escenario y allí apareció una especie de animador que nombró a cada colegio para que pudiéramos hacer bardo y por qué no terminar en una riña juvenil plagada de piñas y narices sangrantes.
Luego del bardo generalizado llego el momento de cambiar la música (llegó un lento) y el animador cambió el tono de voz para empezar a decir lo siguiente:
"Ustedes saben que hay muchos que en Buenos Aires nos extrañan, piensan en nosotros, saben que acá estamos disfrutando, pasándola bien, viviendo nuestro viaje"
Todo parecía indicar que se venía el momento emotivo y yo, llamada a mi juego, no pude evitar pensar en mi familia, en el esfuerzo que habían hecho para que pueda viajar y en lo afortunada que era, y ahí nomas empecé a lagrimear y buscar el abrazo de alguien que compartiera mi situación. Pero lo que no noté es que el animador arremetió con la siguiente frase:
"Así que ahora le vamos a dedicar esta canción aaaa......los boludos de nuestros novios y novias que nos esperan en Buenos Aires, vamos canten"
Y se escuchó el tema "El venado" que hizo explotar a todos en un pogo loco y saltos varios, para dejarme a mí en el medio del lugar, moqueando y pensando que la situación era el presagio de un viaje que no iba a disfrutar del todo. No pude hacer el cambio de emotividad a fiesta loca tan rápido, por lo que me quedé mirando la situación desde afuera y agradeciendo que el secundario llegaba a su fin.